En cada sitio al que iba siempre preguntaba si podía pagar con poemas. ''¿Te puedo pagar con poemas?'' decía sonriendo mientras mostraba una billetera que nunca había tenido billetes, siempre llena de papeles garabateados. Él siempre te recibía con una sonrisa. Podías encontrarle en cualquier lugar ''haciendo fortuna con un papel y un boli''. A veces se emborrachaba de ego, rompía una botella contra el suelo y gritaba que algún día llegaría lejos, que tenía un plan y tinta de sobra. Nunca lloró fuera de sus papeles. Nunca sonreía en ellos. Recuerdo que un día me dijo que había escrito poesía al amor, pero nunca a una mujer, ''no escribas nunca nada de lo que te puedas arrepentir, a no ser que estés seguro de que no lo harás''. Nunca se arrepintió de sus palabras, sí de sus actos. Un día se emborrachó de ego y no le volví a ver. Me dejó un puñado de cristales rotos y una billetera sin billetes que pagó de sobra todo lo que siempre me debió.
cristales rotos
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