Memorias

| No Comments

El día que acabó la guerra

el mundo volvió a las calles

entre sonrisas lastimeras,

llovía en mi acera.

La radio lloraba de alegría,

gritando cada detalle,

yo volvía a una casa muerta

en la que ya no espera nadie.

Volví a tres paredes sin techo

que no guardaban más que aire,

más que cenizas y huesos

de quien ya nunca me espera,

de quien me vio marcharme.

La guerra acabó aquel día

y, con sangre aun en los dedos,

dejé el fusil tras la puerta

y comencé a enterrarme

entre despojos y miedos.


La guerra había acabado,

la radio lo repetía,

pero nunca acabó el hambre,

nadie reconstruyó el faro,

que lloraba escombros en la lejanía,

nadie limpió de mis manos,

ni de mi corazón, la sangre.

Nunca fui un soldado

y ahora era un héroe, admirable;

la sangre seguía viva

y, aunque corté todos sus cables

el día que la guerra acabó,

la radio seguía sonando:

''No existe vuestro dolor,

obligatoria la risa.

La sangre es mentira.''

Un ruido más y más grande

que hizo inaudible mi llanto

mientras mi fusil me miraba,

riendo desde su esquina.


El tiempo pasó haciendo daño,

cada minuto viví una vida

de las que por mí acabaron,

cuya sangre llenó mis heridas,

vidas con muertes malditas

para las que la guerra no tuvo fin.

Mi fusil siguió observando,

riendo fuego, riendo disparos,

hablándome de una salida.

Fuera, la gente y la radio reían.

Yo nunca enloquecí,

seguí siendo el héroe en que creyeron,

héroe solo, ahora feliz,

riendo junto a mi fusil,

héroe solo, ahora en silencio.

Juro que no enloquecí.

Héroe, solo, ahora, aquí,

el resto adornan el suelo.

No enloquecí, lo prometo.

La guerra nunca acabó para mí,

yo la acabé para ellos.

Leave a comment