January 2011 Archives

cristales rotos

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En cada sitio al que iba siempre preguntaba si podía pagar con poemas. ''¿Te puedo pagar con poemas?'' decía sonriendo mientras mostraba una billetera que nunca había tenido billetes, siempre llena de papeles garabateados. Él siempre te recibía con una sonrisa. Podías encontrarle en cualquier lugar ''haciendo fortuna con un papel y un boli''. A veces se emborrachaba de ego, rompía una botella contra el suelo y gritaba que algún día llegaría lejos, que tenía un plan y tinta de sobra. Nunca lloró fuera de sus papeles. Nunca sonreía en ellos. Recuerdo que un día me dijo que había escrito poesía al amor, pero nunca a una mujer, ''no escribas nunca nada de lo que te puedas arrepentir, a no ser que estés seguro de que no lo harás''. Nunca se arrepintió de sus palabras, sí de sus actos. Un día se emborrachó de ego y no le volví a ver. Me dejó un puñado de cristales rotos y una billetera sin billetes que pagó de sobra todo lo que siempre me debió.

vértigo

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Llega   un   momento   en   el   que   todo   pasa  demasiado   rápido  la velocidad se  impone   en  cada   segundo   aunque  estés  aburrido   llega un   momento en  el  que  dormir se junta  con   despertar  y   te sientes  cansado  desganado   deshecho    pero    sigues   corriendo    porque  la  velocidad   se impone   en   cada segundo  y sigues corriendo  porque  la  velocidad  te  persigue y no te deja    tiempo  para respirar en este   momento   empiezas a ver cada     detalle  de todo lo notas todo al correr   el   mundo   pasa en  fragmentos   que puedes escrutar    durante esa   milésima   pero    no    más    tiempo   porque   la velocidad  se impone  en cada segundo y  no puedes  parar y  no quieres  parar y  no  paras  aunque ya no   tengas  tiempo ni  para   respirar ni siquiera tienes tiempo para los espaciosysiguescorriendoporquelavidatevaenelloynovasapararniaunquequierasysientesunvértigoindescriptibleysiguescorrien

doporquelavelocidadseimponeencadasegundo

cobalto

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Despierto con la cama cubierta por mis propias heces. Día a día, a cada rato, hay más y las puertas están cerradas. Cruzo el semáforo con los ojos cerrados. Decido apilar la mierda a un lado de la habitación. No sirve, vaya a donde vaya, acabado manchado. Descubro que comérmela tampoco es la solución. Esta manera de cruzar es complicada. Es una estupidez que rara vez consigo llevar a cabo. Es esa estupidez que me salva de mi 5% de trastorno mental peligroso. Lo que evita que salga desnudo a la calle gritando que no hay futuro y matando a monstruos invisibles con mala cara. Es mi equilibrio. Estoy desequilibrado. La mierda ya cubre la habitación hasta las rodillas. Normalmente abro los ojos a la mitad, asustado. Otras veces lo logro. No quiero morir, no es eso; quiero sentir cómo es saltar al vacío. Sólo es mi 5%. Al final decido dedicarme a algo poético y escribo tu nombre en la pared. Y un pequeño haiku. Todo de un marrón intenso.
La noche cae aquí
entre rayos de vida,
gilipolleces.


Canción sorda

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Silencio I: huída
La irremisibilidad del Lunes
atada a un sentimiento de nubes,
férrea rutina
sembrando jardines de cruces.

La fuerza tras las huídas
manchada por un sentimiento de limas,
suaves luces
sustituyendo al Sol (a Dios) cada día.

La fatalidad bajo cada paso
clavada con un sentimiento de dados,
tímidos latidos
intentando esquivar lo pactado.

La conciencia de un abismo
vestida de un sentimiento de mendigos,
cansados brazos
queriendo abarcar lo desconocido.

Silencio segundo: chispas
Entre los poros
crecen las pruebas
del abandono,
oscuras muestras
que existen sólo
por no haber razón
que las detenga.
No hay corazón;
vísceras viejas
crecen del suelo,
rompen las puertas,
viven en sueños.
No hay corazón.
Espera, vuelan.
Espera,
espera.
¡Espera!

Tercer silencio: inmersión
Retronar de mil campanas
tras un muro de cristal
que, inmenso, todo lo abarca.
Campanas de plata oscura
tañen sonido de  sal,
en el aire se oculta
el sonido de un vozal
(ruido de cadenas santas,
sabor invisible de agua pura).
En el infinito: la nada,
en la nada: nada más;
al borde de la cordura
no existe ningún final.
En el infinito: la nada,
en la nada: nada más;
ni ahora, ni siempre, ni nunca,
ni voces, ni espejos, ni hogar.
En el infinito: la nada,
en la nada: nada más.

mentiras

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Ella, definitivamente, no era una chica corriente. Ella era de esas pocas personas a las que miras dos veces. La primera por casualidad, la segunda para cercionarte de que es cierta. No era sólo su belleza, era su forma de vivir, de estar en el mundo. La podías ver sentada en el suelo de un vagón de metro, con los labios apretados en una expresion preocupada, mirando fijamente un cuaderno lleno de garabatos. La podías ver subida a los lugares más extraños, mirando al horizonte, respirando otros aires. Podías verla en cualquier lugar, cantando, silbando, rara vez sonriente. Podías verla en cualquier lugar, pero siempre tenías que mirar dos veces. Ella, definitivamente, no era una chica corriente. Lo sabía. Y le encantaba.

Vivir tan muerto

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Dicen las caras conocidas
que ya no soy el mismo,
que se me notan los días,
que mi voz ya no tiene eco
ni mis pasos camino
ni mi risa alegría.
Y yo... yo no soy más viejo,
sólo más cansado
de vivir tan muerto,
de noches mal dormidas,
de no encontrar sitio
más que en esta isla.
Y si llego a puerto
es siempre de paso
y si un día duermo
es solo y al raso.
Y el frío, dañino,
me hiela en los ojos
las lágrimas frías
y ya nunca lloro.
Y no quiero.
No quiero cambiar,
huyo de esta vida
que pierde intensidad.
Quiero ser el loco
del amor sincero,
las tercas heridas
y el alma voraz.
No quiero ser este reflejo
de una antigua realidad
ni ser más viejo
ni vivir tan muerto.
Quiero seguir cayendo
con la esperanza de volar.