cenizas

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Diane llevaba unos cuantos días frente a aquella ventana. Mientras apuraba un cigarrilo tras otro, miraba, con expresión indolente, como se movía el mundo. ''Lentamente...'', pensó. Había empleado las cuatro últimas horas en perfeccionar su técnica de hacer aros con el humo; ahora se dedicaba a ver salir un aro tras otro por la ventana. Apagó otro cigarro. La empatía la había carcomido mucho tiempo y, poco a poco, había ido convirtiéndose en apatía, una apatía que la rellenaba, que ocupaba cada vacío. Encendió otro cigarro, aspiró lentamente y liberó por la ventana otro aro, que arrastró la corriente. A sus pies, en el alféizar y en su regazo se acumulaban docenas de colillas. Hacía tiempo que no lloraba... Hacía tiempo que no le dedicaba tiempo a la existencia en general. Cada vez que exhalaba humo se decía ''Diane, Diane, Diane...'', para ayudarse a recordar su nombre. Siempre temió perder la pasión, ahora ya no temía nada. Ya no le quedaba nada que temer. Ni la soledad, ni el desinterés, ni la desesperanza, ni la autodestrucción. Sólo la muerte. Se levantó. Se asomó por la ventana, hasta la cintura. Sintió el viento frío cortándole la cara, susurrándole ''Diane, Diane, Diane...''. Se mantuvo así unos segundos. Sólo la muerte. Sin dejar de mirar al exterior volvió a sentarse. Encendió un cigarro. ''Diane, Diane, Diane...''.

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