Despierto entre aceras partidas
y asfaltos raídos a golpe de rueda,
donde despiertan miradas desconocidas,
la gente es gente
y la vida, puertas.
La ciudad se compone de líneas rectas
en constante lucha fratricida,
con golpes siempre presentes,
con futuros siempre en guerra
contra los callejones sin salida
y los motores y los perros y la tinta.
Aquí, en la ciudad vencida,
los poetas se deshacen bajo tierra
y sobre ella, cada día, se venden
por su alma o palabras o monedas.
La noche siempre se desvela
entre choques casuales de vidas
y las luces, como serpientes,
recorren las calles de siempre,
quemando pasos y lágrimas y colillas.
En la ciudad vencida
hay un monstruo de tela
que mata hombres y mujeres
y los guarda en su nevera
y los convierte en mentiras
grises, veloces, frías.
Ya no hay casas de madera,
hay tiempo y salarios y vigas.
Y si a tu espalda sientes
algo extraño que brilla,
no es tu dios ni tu oro
es la señal del preaviso
(con los impresos pertinentes
cumplimentados debidamente
por duplicado, antes del día veinte)
del presagio que te revela
el momento de tu muerte.
Las calles son guías
y el cielo nunca es verde.
Las calles que no se iluminan
lloran privameras
y se iluminan al verte.
Quien no te ama ni te espera
ya no lo hará otro día,
para quien ni amen ni esperen
no habrá más día que el siguiente.
En la ciudad dormida
ya no existe el presente,
sólo sombras y estelas.
En la ciudad vencida
nada se detiene,
sólo los trenes.
y asfaltos raídos a golpe de rueda,
donde despiertan miradas desconocidas,
la gente es gente
y la vida, puertas.
La ciudad se compone de líneas rectas
en constante lucha fratricida,
con golpes siempre presentes,
con futuros siempre en guerra
contra los callejones sin salida
y los motores y los perros y la tinta.
Aquí, en la ciudad vencida,
los poetas se deshacen bajo tierra
y sobre ella, cada día, se venden
por su alma o palabras o monedas.
La noche siempre se desvela
entre choques casuales de vidas
y las luces, como serpientes,
recorren las calles de siempre,
quemando pasos y lágrimas y colillas.
En la ciudad vencida
hay un monstruo de tela
que mata hombres y mujeres
y los guarda en su nevera
y los convierte en mentiras
grises, veloces, frías.
Ya no hay casas de madera,
hay tiempo y salarios y vigas.
Y si a tu espalda sientes
algo extraño que brilla,
no es tu dios ni tu oro
es la señal del preaviso
(con los impresos pertinentes
cumplimentados debidamente
por duplicado, antes del día veinte)
del presagio que te revela
el momento de tu muerte.
Las calles son guías
y el cielo nunca es verde.
Las calles que no se iluminan
lloran privameras
y se iluminan al verte.
Quien no te ama ni te espera
ya no lo hará otro día,
para quien ni amen ni esperen
no habrá más día que el siguiente.
En la ciudad dormida
ya no existe el presente,
sólo sombras y estelas.
En la ciudad vencida
nada se detiene,
sólo los trenes.
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