Su vida nace un invierno
de esperanza e inquietud,
de ilusiones lastimeras,
perdido entre los ecos
de un horizonte verdiazul.
Le golpeó la primavera
con aquella suave luz
del ''nosotros'' y el ''seremos'',
de agridulces esperas,
de ''nunca más yo sin tú''.
Y el verano prendió fuego
al amable nuevo dios,
dejando velas sin mecha,
sin cera,
sin corazón.
Hoy el viento del otoño
barre polvo y hojas secas,
limpia de cenizas su rostro
mientras, a su alrededor,
la ilusión se congela.
Ayer volvió a gritar,
cerrados los ojos,
juró a voces a Dios
que no permitiría más,
que había criado una fiera.
Ahora ve salir el sol
desde un autobús, cada día, solo.
Agita sus manos blancas
sobre su papel blanco, recuerda,
viendo amanecer, cada día, solo,
recuerda, distante, todo.
A medida que el tiempo pasa
los segundos le alejan del suelo,
sus pies parecen otros
y, por sorpresa,
la caída es más alta;
aumenta el miedo.
Para ocultarse traza
una sonrisa de plástico,
que pinta su vida de rojo
cada vez que cunde el pánico.
A través de un cristal se observa
e, incómodo, aparta la mirada
para no escuchar la voz que le narra
desde su cabeza,
cada día, solo.
de esperanza e inquietud,
de ilusiones lastimeras,
perdido entre los ecos
de un horizonte verdiazul.
Le golpeó la primavera
con aquella suave luz
del ''nosotros'' y el ''seremos'',
de agridulces esperas,
de ''nunca más yo sin tú''.
Y el verano prendió fuego
al amable nuevo dios,
dejando velas sin mecha,
sin cera,
sin corazón.
Hoy el viento del otoño
barre polvo y hojas secas,
limpia de cenizas su rostro
mientras, a su alrededor,
la ilusión se congela.
Ayer volvió a gritar,
cerrados los ojos,
juró a voces a Dios
que no permitiría más,
que había criado una fiera.
Ahora ve salir el sol
desde un autobús, cada día, solo.
Agita sus manos blancas
sobre su papel blanco, recuerda,
viendo amanecer, cada día, solo,
recuerda, distante, todo.
A medida que el tiempo pasa
los segundos le alejan del suelo,
sus pies parecen otros
y, por sorpresa,
la caída es más alta;
aumenta el miedo.
Para ocultarse traza
una sonrisa de plástico,
que pinta su vida de rojo
cada vez que cunde el pánico.
A través de un cristal se observa
e, incómodo, aparta la mirada
para no escuchar la voz que le narra
desde su cabeza,
cada día, solo.
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