Sídero y la felicidad

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Escribo desde la seguridad
de unas velas plegadas,
de tierra firme bajo mis pies,
de los motores en calma,
desde el placer de la llegada.
Escribo desde un edén
de esperanza renovada
y, aunque mi destino cambié
ya no quiero volver:
estoy en casa.

Ante mí una nueva vida,
ante mó el fin de la nada,
ya no hay estrellas frías,
ya no hay tortura alada.
Y es que tras tanto tiempo
calculando un camino,
perdido días y días,
perdiendo hasta el aliento,
decidí rendirme al viento.
No quise encontrar destino,
ni pensé que así lo haría,
decidí dormir despierto,
no chocar
y no buscar salida.
Poco a poco el descuido
me trajo a un planeta nuevo,
me recordó a Corazón,
pero bello,
lo habitaba Lady Vainilla.
Y choqué contra su suelo
y el choque fue suave
contra la superficie amarilla.
Así comprendió mi cerebro,
volcado en una verdad sencilla:
Caela ya no era azul,
Caela al fin existía,
nunca recibió mis cartas
pues Caela no es su nombre,
ella es Lady Vainilla.

Ahora, al fin, soy feliz,
siento completamente la dicha.
Con mis yemas puedo sentir
leves ondulaciones en la superficie fina
y como buscan aquí
calor unas manos frías.
Y mi olfato, siempre gris,
encontró suave vainilla,
melodía en mi nariz
si está cerca su mejilla.
El gusto es grato, sí,
rosado, felicidad, vida,
también puedo oir
susurros de pura alegría.
Y el festín de lo que vi,
ante mis ojos nunca termina:
un verde mar al que huir,
donde perderse,
donde encerrarse,
donde a gusto viviría.

Soy feliz
pues tengo paz
y no tengo el alma partida.
En Corazón hay seismos,
pero aquí
puedo descansar
sin miedo a una caída.
Vuelvo a casa
al hogar,
aunque no al punto de partida,
abrázame
una vez más,
te quiero, Lady Vainilla.
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