Todo empezó en casa de Roy Daniels. O al menos fue el primer caso documentado. El técnico miraba perplejo el aparato de televisón. Todo perfectamente conectado. Todo en orden. Pero la pantalla permanecía negra. A las pocas horas las caras de perplejidad se multiplicaron. Y las llamadas se multiplicaron entre los técnicos, que no entendían nada de lo que sucedía. Al día siguiente ninguna televisión mostraba nada. Pero, en contra de toda utópica expectativa, la gente permaneció en casa. Los niños no salieron a jugar en los jardines. Los adultos no pasearon por el verde parque bajo el radiante sol. Las calles no se llenaron de vida con gente dada de la mano proclamando la paz mundial. La gente permaneció en sus casas. Los directivos de las cadenas optaron por el suicidio ritual. La población miraba la pantalla negra. Obsesionados. Esperando respuesta. Internet difundió rumores muy feos sobre televisores activos. Comenzaron las revueltas. Con todo, los salones del mundo seguían a oscuras. Al sexto día desde el primer caso de ''desvanecimiento'' los televisores comenzaron a captar una señal. Emitía una carta de ajuste física durante seis horas al día. Blanco. Amarillo. Cian. Verde. Magenta. Azul. Negro. En la parte inferior izquierda se veía la mosca de la cadena: Éxodo TV. A día de hoy ningún televisor se apaga. La esperanza de nuevos programas los mantiene encendidos. Seis horas diarias de barras de color. Roy Daniels fue asesinado veinte días después del comienzo de emisión de Éxodo TV, considerado por muchos como principal responsable.
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