El cielo estaba oscuro aquélla mañana en Würdigland. La gente lo achacó a la niebla imperante en aquella época del año. El hecho es que el mediodia disipó la niebla. La oscuridad seguía ahí. La Luna de Würdigland estaba ocultando el Sol. Todos los seres vivos de Würdigland echaron la vista al cielo, confusos. Entonces el caos comenzó. En el bosque desapareció el orden natural, incluso el caos natural decicdió esfumarse. Los zorros persiguieron a las ardillas, ávidos de masacre, hasta el momento en el que una ardilla se abalanzó sobre un zorro. A los pocos minutos no quedaba un zorro con vida. Las mariposas sufrieron un arrebato saturniano y se lanzaron contra los capullos de sus crías, arrancando todo rastro de descendencia. En la ciudad las cosas fueron parecidas. La gente se quedó paralizada. Cinco minutos los más afortunados. Los menos afortunados no vivieron para salir de su estado catatónico. El caos es como un niño bomba en un almacen nuclear. Saqueos. Asesinatos. Alguien cambió el letrero de la ciudad por Geisteskrankland. Las mujeres persiguieron a los hombres. Si los políticos no hubiesen estado ocupados arrancándose los ojos a mordiscos seguramente hubieran decretado nuevas leyes contra la nueva violencia de género. Los peones bajaron de los andamios de los grandes edificios de oficinas. Tomaron los grandes edificios, llenos de empresarios, y les arrancaron los brazos. La policía libró una batalla sin armas contra el ejército. Los vendedores de electrodomésticos fueron quemados vivos en sus tiendas. Los edificios cayeron, piedra a piedra. Y todo acabó. La Luna volvió a su sitio. El Sol volvió a brillar. Hombres y mujeres volvieron a sus camas. Los políticos buscaron sus ojos a tientas. Los peones volvieron al trabajo. Los empresarios que conservaban sus extremidades también. Nadie quiso reconocer que allí había pasado nada. El bosque siguió lleno de cadáveres.
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